lunes, 7 de diciembre de 2009

MUJER TRABAJO Y FAMILIA

“Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.” (Juan Pablo II)
A pesar de que el crecimiento económico del empleo femenino se mantiene en nuestro país, todos los expertos coinciden en señalar que persisten las desigualdades entre hombres y mujeres. El empleo asalariado o sea, el trabajo con un sueldo, ha sido el centro de los estudios económicos. Su hegemonía como trabajo a desplazado a otras formas de actividad, lo que ha contribuido a que sea el empleo industrial asalariado, masculino y extradoméstico, el paradigma de todo trabajo, mantener que solo el empleo es trabajo es un error o la manera de individualizar otros trabajos, tan importantes o más que los que se acompañan de un sueldo a fin de mes.
Precisamente uno de los trabajos mas invisibles, al tiempo que más importantes, es el trabajo del hogar. Con la incorporación de la mujer al mercado laboral, sin tener en cuenta otros factores de la vida de la persona que el de la producción y el consumo, florecen otros problemas sociales y familiares que desembocan en desestructuración familiar y perdida de valores éticos y morales en nuestra sociedad.
El sistema de producción está organizado como si la sociedad estuviera compuesta por individuos aislados, cuando la realidad nos dice que lo que realmente existe son familias.
La consecuencia principal de esta reducción ha sido la división del trabajo en productivo y no productivo o domestico, asignando el primero al varón y el segundo a la mujer. Cuando se contrata a una persona la realidad es que se contrata a una familia en su doble sentido. En primer lugar, porque el rendimiento de la fuerza del trabajo contratada depende en gran medida del “apoyo logístico” del conjunto de la familia, puesto que de ella dependen desde su equilibrio nutricional, afectivo, emocional y social, hasta los servicios de limpieza y mantenimiento sin los cuales no podría realizar el trabajo que realiza. En segundo lugar, porque la formación y el desarrollo de la familia dependen de las condiciones en que se realiza ese trabajo y de los derechos, las oportunidades de vida que van asociados al mismo.
La familia es un ámbito de educación y de socialización, de relaciones y de sociabilidad, de cuidados y de afectos, pero sobre todo la familia es una comunidad de amor que hace posible el crecimiento y desarrollo equilibrado de las personas, y con ello se convierte en el instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad. Formar y desarrollar una familia exige tiempo, atención, cuidado, planificación.
El actual sistema social económico en el que estamos sumergidos nos hace creer que la vida humana se compone de un solo tiempo, el tiempo de trabajo productivo, y que los demás tiempos, el tiempo cronológico, el tiempo personal, el tiempo familiar y el tiempo social, o no existe, o si existe deben ser sacrificados al tiempo de trabajo.
Para que la familia sea ese ámbito de educación y desarrollo integral y liberador que la persona necesita, además de tener cubiertas sus necesidades materiales y sociales mínimas, tiene que disponer de un tiempo de encuentro entre sus miembros, un tiempo para el afecto y el dialogo, para el cuidado de los niños y mayores, para las relaciones sociales, para transmitir, cultivar y celebrar la fe.
En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia encontramos orientación al respecto (n. 251): En la relación entre la familia y el trabajo, una atención especial se reserva al trabajo de la mujer en la familia, o labores de cuidado familiar, que implica también las responsabilidades del hombre como marido y padre. Las labores de cuidado familiar, comenzando por las de la madre, precisamente porque están orientadas y dedicadas al servicio de la calidad de la vida, constituyen un tipo de actividad laboral Al mismo tiempo, es necesario que se eliminen todos los obstáculos que impiden a los esposos ejercer libremente su responsabilidad procreativa y, en especial, los que impiden a la mujer desarrollar plenamente sus funciones maternas., eminentemente personal y personalizante, que debe ser socialmente reconocida y valorada, incluso mediante una retribución económica al menos semejante a la de otras labores.

Mª Dolores Ferrández Espinosa
Presidenta Nacional de Mujeres Trabajadoras Cristianas (MTC)

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